La Rioja

El jugo de lo auténtico: Oxuel, la recuperación de la tradición

Miguel Martínez. 33 años. Sojuela. Agricultor y recuperador del vino ‘supurao’

Reportaje fotográfico: Clara Larrea ©

Hay generaciones de ida y otras de vuelta. Miguel Martínez encara una de las de vuelta: 33 años, criado a caballo entre Logroño, donde su padre se fue a trabajar, y Sojuela, de donde desciende, donde se siente bien, donde ha conseguido que su vida tenga un eje sobre el que girar.

Y entre tanto, casi sin ser consciente, ha ido naciendo y creciendo su marca, OXUEL. Un regalo para su vida, como su pequeño de diez meses, Gabriel. Y es que la vida no siempre está marcada de inicio; a veces, como van mostrando los retratos de NueveCuatroUno, tiene mucho de aprovechar el momento y buscar un camino propio. “Yo no soy viticultor o elaborador de vino por vocación, no soñaba de pequeño con tener una bodega y dedicarme al campo. Pero llegó o más bien nos encontramos”, admite.

Con formación en temas de Medio Ambiente y Forestales, el medio rural siempre ha sido de su gusto. Pero fue durante sus trabajos en la recuperación de las neveras de Sojuela, en lo alto del Moncalvillo, hace más de una década, cuando se le removió esa búsqueda por lo auténtico. “Pensé en cómo se llevaba a cabo el almacenaje de la nieve, su transporte, y, aunque sobre todo me hizo reflexionar el aprovechar los recursos naturales”, admite. En realidad, lo que le hizo es mirar al monte que vigila la zona y que le da carácter, Moncalvillo.

«Tuve claro enseguida que quería apostar por lo ecológico; lo que no quieres para ti, tampoco para los demás»

Y precisamente es ahí donde empieza el recorrido de este retrato. “Os voy a llevar a un sitio especial para mí”. Por los serpenteantes caminos de las bodegas de Sojuela llega la primera parada. “Ahí comienza todo”, dice señalando al paisaje de dorados, marrones y verdes que colorean la zona en estas fechas. En poca distancia se mezclan frutales, árboles, viñedos, monte… En esa variedad surge la riqueza de su proyecto: algo menos de nueve hectáreas de viñedo repartidas en 39 parcelas, con múltiples singularidades entre ellas por la ubicación, la tipología…

«Mi padre tenía el campo como segunda actividad, pero cuando decidí quedarme con ello vi que había que buscar el origen», reconoce hoy Miguel. Esa vuelta al origen se refiere a distintas cuestiones. «Tuve claro enseguida que quería apostar por lo ecológico: yo mismo me ponía con mal cuerpo cuando realizaba los tratamientos; así que lo que no lo quieres para ti, tampoco para los demás». Esto le ha llevado, por ejemplo, a producir vinos ecológicos y un paso más: ‘salvajes’ o naturales, es decir, sin apenas sulfitos e incluso tiene certificada la huella de carbono en varios de ellos.

Desde el balcón a través del que mira a Moncalvillo, Miguel gira sobre sus pasos y nos conduce andando hasta una puerta de madera naranja… Ahí se esconde una bodega de las típicas: con el lago de hormigón, en el que se pisa la uva, una pequeña estancia y el posterior calado donde reposan las botellas. «Hace varios años que he empezado a elaborar vino también de la forma que se hacía antaño: en lago, interpretando lo que cuentan los abuelos a la hora del pisado…», ríe.

En esa estancia previa al calado es donde toca hablar de su amplia variedad de vinos: siete (entre blanco y tinto), de momento, porque augura el nacimiento de más. «Lo que busco con tanta gama de vinos, casi por parcelas o áreas, es que expresen el lugar; ser honesto con lo que ofrece la tierra», recalca este joven de Sojuela que se emociona con lo que cuenta, y constantemente sonríe.

Sin embargo, a pesar de su singularidad, en todos hay un elemento común en la etiqueta: mariposas, distintas entre sí, y propias de la zona. No en vano, son algunas de las que han catalogado en el proyecto Lepisojuela, por el que se conoce, por ejemplo, que el término municipal de Sojuela da cobijo al 75% de las especies de mariposas en La Rioja y el 50% de las de España. «Son grandes termómetros de cómo es un lugar, la contaminación les afecta mucho y si es que tenemos tantas por aquí es buena señal», reconoce.

Va repasando cada botella y entonces percibimos, en la barrica que hace las veces de mesa, un diploma descansando: «Young Winemaker of the Year 2018» (elaborador revelación). ¿Y esto qué es? «Me lo dieron este año, vino aquí Tim Atkin (el prescriptor británico), la verdad que tampoco le doy mucha importancia», asegura con una sonrisa. «Me sorprendió lo serio y profesional que era todo a la hora de catar», concluye como si no fuera increíble el reconocimiento…

«En invierno una de las tareas de antes era picar en grupo en el calado; algún rato yo también me pongo a ello y, sorprendentemente, es muy relajante»

El siguiente paso es bajar al calado, que proviene de su bisabuelo Lorenzo. Ahí muestra las marcas de cómo se excavó con el pico el lugar. «En invierno una de las tareas era picar en grupo; algún rato yo también me pongo a ello y, sorprendentemente, es muy satisfactorio y relajante», cuenta. Esa paz del lugar se percibe. Por ello, como recalca Miguel, es el lugar ideal para que el vino repose y vaya evolucionando.

Tras un rato de charla, es tiempo de indagar en lo que le ha dado a Miguel y a su marca OXUEL (que proviene de S-ojuel-a) mayor reconocimiento y notoriedad: el vino ‘supurao’. Fue precisamente esa inquietud creciente por el origen de los procesos la que le descubrió un vino hecho a base de uvas pasas que se hacía «de siempre» en las familias y que prácticamente había desaparecido.

«El ‘supurao’ es una muestra genial de economía de subsistencia: después de la vendimia se colgaban las uvas que sobraban en espacios altos, bien aireados, hasta que se quedaban pasas y se prensaban», explica. Desde 2011, cada cosecha, él reserva una partida para ello y repite el proceso, como sus abuelos, sin dobleces, sin rimbombancias. Fue la primera de sus obras y a partir de ahí se lanzó a ser elaborador del resto de caldos.

Pero lo mejor es verlo en vivo y en directo y para ello hay que trasladarse a un antiguo pajar, situado en la parte alta de Sojuela. Ahí se nos abre la boca: seis mil kilos de uva (blanca y tinta) colgados esperando a que llegue el momento de comenzar a elaborar, a finales de diciembre o principios de enero. De ahí, tan solo saldrán unos mil litros, unas dos mil botellas pequeñas, del este vino dulce. «Como máximo se consigue un 20% de rendimiento».

Merced a su trabajo con el ‘supurao’, que «no estaba amparado por la DOCa Rioja y ya sí», se le han abierto bastantes puertas profesionales y personales. «Es un vino muy cargado de historia y cuando hablas con un abuelo o con cualquier persona mayor sus recuerdos en torno al ‘supurao’ son siempre felices, se les dibuja una sonrisa». Una sonrisa casi tan grande como la del equipo de NueveCuatroUno cuando descubre que, efectivamente, las uvas colgadas están realmente ‘llorando’, en proceso de supurar, y de ir gestando el jugo de lo auténtico.

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