El Rioja

“Yo estoy hecho al vino de mi pueblo y es el que más me gusta”

Carlos Aragón pertenece esa raza de viticultores aficionados que elaboran su propio vino con la ayuda de los amigos.

Carlos Aragón pertenece a esa raza de viticultores anónimos, esa casta de los que elaboran su propio vino con la ayuda de los amigos y de su afición. No tienen viñas, tampoco demasiados medios, pero sí devoción por este mundo. Y sobre todo, ¡el vino les encanta! Tampoco andan sobrados de tiempo, pero exprimiendo un fin de semana aquí y otro allá, y alguna tarde que roban a sus negocios, hacen su vino.

Durante el invierno y la primavera Carlos disfruta abriendo en su bodega de Santa Engracia el vino de la cosecha anterior, pero cuando el verano declina y llega el otoño, ¡amigos!, algo pasa en este hombre que ya sólo piensa en dejar el puesto de frutas que regenta en el Mercado del Corregidor y salir pitando a su bodega del pueblo.

El método es sencillo. Sobra uva y en muchos viñedos se queda parte de la cosecha. Hay amistad, normalmente se conocen hace muchos años, y una simple llamada de teléfono es suficiente: “Allá tienes si quieres Carlos, ha quedado aquel corrillo sin vendimiar, si lo recoges es tuyo”, me dicen. “La uva la cojo a última hora, cuando ya han terminado. Entonces yo voy, lo miro y si me gusta vamos la cuadrilla y vendimiamos. Normalmente hacemos unas 50 cántaras porque no queremos más, dependiendo de cosechas pueden salir unas 1.500 botellas que, entre pitos y flautas, duran todo el año para las meriendas y las cenas, porque muchos traen del suyo para comparar”.

Él y su cuadrilla llevan haciendo vino así desde hace un montón de años, más de treinta. “Unos años sale bueno, otros mejor. Ha habido alguno que en fin… pero siempre nos lo bebemos, ¡¡eh!! El que ayuda a vendimiar se lleva su partida de vino, el que echa una mano en el lagar, también; a quien coja la prensa y apriete le caerán también sus botellitas. En fin, todo el que ayuda se lleva algo”. Y quien no, no tiene más que acercarse al merendero en el pueblo y podrá probar este vino tan tradicional, porque estos vinateros aficionados como disfrutan es abriendo su vino con los amigos.

“A mi padre Sabino le enseñó el suyo, mi abuelo Francisco. Y mi padre me enseñó a mí. Allá en el pueblo se ha hecho de toda la vida, para casa. Algunos tenían sus viñitas y otros cogían los sobrantes que no se vendimiaban. Yo cuando era pequeño iba con mi padre y hacía de ayudante para todo, a lavar las cubas, a prensar, de todo. Y ya cuando se hizo mayor y no pudo, tiré yo del carro. Este saber de vino se pasa de unos a otros”.

Pero las cosas han cambiado. “Antes no era como ahora, ahora casi todos tenemos nuestro propio lago pero antes se echaba todo en tres lagos, tres o cuatro, no me acuerdo, que había en el pueblo y se llenaban. Antiguamente la uva era para casa más que para vender, eran unos lagos tremendos –el mío de ahora es de cien cántaras- que podrían ser como cinco o diez veces mayor. Igual se estaban una semana echando uva, no te creas que la echaban toda de golpe”.

“Según la cogían”, recuerda Carlos, “la llevaban al lago. Y así una parte iba fermentando mientras arriba se iba llenando más. Y luego a veredas, todos los días cuando venían del campo a pisarlo por la noche porque no se remontaba nunca. Lo de pie, manga y remanga, pisarlo para unificarlo todo. Era toda una fila de hombres todos pisando. Y luego de estar trabajado, a la prensa. Prensaban como si les fuera la vida, allá no dejaban ni, ni… Luego lo sacaban, echaban la cuenta y lo repartían. Te corresponden tantas cántaras”, decían, “y te las llevabas al hombro a tus cubas de cemento en tu bodega”.

El vino, cuanto más sencillo mejor

“El vino lo hago muy sencillo”, me explica con ese deje de enólogo que lleva dentro, “con muy poco tartárico, no lo piso más que lo necesario para igualarlo, luego subo todos los días al pueblo para remontarlo con la máquina y nada… luego con una goma va directamente a las cubas para fermentar. Y lo trasiego un par de veces al año, siempre en menguante como me decía mi padre, no como en tiempos de mi abuelo que no lo hacían nunca porque decían que “el hijo tenía que estar con la madre”. No sé… antes se preocupaban menos por el vino, por hacerlo quiero decir, no por beberlo, que se ha bebido siempre igual”.

La cuadrilla, siempre la cuadrilla en este mundo del vino que tanto une, “mi cuadrilla es la que me echa una mano y el vino es para las meriendas. Las mujeres no se meten, saben que es nuestra ilusión y yo creo que además así están más tranquilas sin tenernos en casa viendo la tele. Lo que sí noto es que todos los años son distintos, cada año es un mundo. Yo hago siempre lo mismo y cada año sale diferente. Pero sí recuerdo el año 2016 que fue extraordinario, y llevo no menos de treinta años haciendo vino. ¡No lo hemos bebido mejor en la vida! ¡Y en la bodega se bebe mucho!”.

“En Santa Engracia se ha perdido mucho, pero todavía cinco o seis amigos siguen haciendo vino, uno hasta se ha atrevido con el blanco. Eso sí, hay un par de ellos que no lo remontan, pero no por no trabajarlo, sino porque siempre lo han hecho así y es como les gusta. Cada uno tiene sus gustos. Yo soy de los más modernizados”, se ríe Carlos, “porque hasta me compré una maquinita para remontarlo, pero claro, pregunté y me dijeron que era mejor. Y luego ves la temperatura de arriba y abajo y se lleva tres grados, así va más uniforme. Como subo todos los días, algún año he echado cuentas y casi me sale más caro que comprarlo, pero a mí me vale la pena porque disfruto mucho”.

“Lo más bonito es cuando nos juntamos en agosto y vamos por las bodegas. Se prepara algo de comer en cada bodega y al final de la tarde se ha acabado todo”. ¿Y los otros vinos del pueblo?, me atrevo a preguntar, ”yo no digo que sean mejor ni peor, ¡pero a mí el que más me gusta es el mío!”. Y es que como dice Carlos, cada uno está hecho a su vino y es el que le sabe mejor. “Igual viene gente de fuera y no les gusta este tipo de vino, pero es que nosotros es el que hemos bebido toda la vida. De vez en cuando una botellita de crianza buena ya me gusta, pero a diario dame el mío”.

“Una vez al año en fiestas de junio, por San Juan, se hace una cata de todas las bodegas que hacemos vino. Nos apuntamos y hay un ambiente buenísimo. Un año hasta vino un enólogo a explicarnos cosas, pero no nos convenció, no ha vuelto porque nos contaba cosas que ya sabíamos”. Estos enólogos… ¡estos enólogos aficionados sí que saben!

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