El Rioja

Los secretos de la maturana tinta de Martínez Alesanco

Pilar y Pedro Torrecilla en su bodega de Badarán

El Alto Najerilla está de moda. Muchos lo achacan al cambio climático y otros a la necesidad de buscar nuevos protagonistas en Rioja. Pero yo prefiero alinearme con los que piensan que en esa zona límite de la DOCa se están produciendo movimientos de interés porque hay mucha inquietud. Y ese afán de superación está llevando a un montón de bodegas a estar, para bien, en boca de todos.

En ese grupo de jóvenes con ganas de evolucionar y crecer están Pedro y Pilar Torrecilla, quienes, desde su bodega de Badarán, se mueven, experimentan y crean vinos innovadores que ya empiezan a ser reconocidos. Un ejemplo es su magnífico Nada Que Ver, un monovarietal de maturana que no deja a nadie apático.

“Empezamos con la maturana”, es Pilar la que lleva la voz cantante en cuestiones enológicas, “porque Fernando Martínez de Toda nos animó a ello y mi tío Pedro Martínez Alesanco quería ampliar nuestra oferta. Casi nos la puso en bandeja y creímos en él. El tiempo nos ha demostrado que no nos equivocamos y ahora, además de en nuestro Nada Que Ver, la empleamos en el Selección”. La maturana tinta es una variedad que se ha adaptado perfectamente al frío clima de la zona, con una sorprendente variedad de comportamiento según suelos y orientaciones.

La primera cosecha que recogieron de maturana fue en 2004 y ya constataron el potencial de esta rara avis de nuestra denominación. En la bodega trabajan con tres viñedos plantados en terrenos y alturas diferentes. “El primero está a 720 metros con suelos arcillo ferrosos y bastante vigorosos, más tarde hincamos viña en el típico suelo de esta zona, más pobre y calcáreo, con menos materia orgánica, en busca de una concentración mayor; y finalmente buscamos un nuevo carácter en el tercero al volver de nuevo a la altura. Sólo te puedo decir que cada parcela es un mundo, un mundo maravilloso por su diversidad. Este año las he vinificado en barricas de roble, en un microdepósito de 3.000 litros y en uno de 30.000. ¡Y son tres vinos completamente diferentes!”.


“Nuestra obsesión”, incide Pilar, “es retrasar el momento de maduración, porque el envero empieza antes que en el tempranillo y la garnacha, pero dura más, con lo que se alarga su maduración fenólica. Soy una convencida de la cata de bayas en viñedo, y es allí donde hasta que no encuentro las pepitas completamente tostadas, no vendimiamos, para que nuestra maturana dé lo mejor de sí. El problema de esta variedad son las pirazinas, no nos engañemos, es de la familia del cabernet, y están en su genética para bien y para mal. Debemos domar esas pirazinas en campo –hacemos un deshojado a principios de agosto que le sienta de maravilla- y luego saber tratarla en bodega. Durante 14 años hemos visto que alargar la maduración resulta fundamental”.

El trabajo en bodega es el día a día de esta variedad. Aunque llega matizada de campo, el mimo de la enóloga se hace imprescindible para que la maturana se haga entender. “Su dinámica no tiene nada que ver con otras variedades más comunes, aquí la trabajamos con tres robles nuevos por campaña. Tiene un grano pequeño, mucho hollejo. Fermenta en barricas desfondadas de roble francés para darle una nota dulce a esas pirazinas. Hace las dos fermentaciones en esas barricas y luego ese roble se desecha porque la maturana se lo come. Más tarde se cría entre doce y quince meses en otro roble nuevo, dependiendo de añadas. Y, por si fuera poco, otros cuatro a otra barrica nueva”. Roble americano, francés y europeo antes de la botella. Pasa más tiempo en el francés, jugando con los otros dos para buscar volumen, notas más golosas, torrefactas. La diferenciación en definitiva. Es, como le gusta decir a Pilar, “nuestro personal juego de robles”.

Actualmente la maturana tinta ocupa 154 hectáreas –un 0,26 por ciento del total del viñedo riojano de tinto-, a años luz de las 51.896 hectáreas del todopoderoso tempranillo, pero creciendo y, como diría nuestra enóloga de confianza, “evolucionando positivamente” dentro de la DOCa. A día de hoy es la variedad tinta minoritaria.

Defíneme la maturana en tres palabras. “Concentración, color y estructura”, afirma convencida Pilar. “El espectacular color rojo violeta ya te provoca con solo enfrentarte a él. Los aromas que transmite son como más duros, con fruta más oscura, más moras, grosellas ácidas, notas algo golosas y balsámicas. Independientemente del trabajo con los robles, aromas más duros, muy profundos, sin la sutileza del tempranillo. El vino y el racimo si los pruebas son lo mismo en la cata de bayas. Más de chocolate y torrefactas. En boca es lo mismo, llama la atención su concentración y ese punto de dureza tan característico con un punto de astringencia. Sientes notas negras debidas a su estructura, es una uva llena de personalidad”.

“La maturana”, concreta Pedro, “fue una oportunidad, para nosotros es un aporte más al tempranillo y la garnacha que necesitábamos. Al tempranillo le da estructura porque nuestra zona es límite de cultivo y muy fresca, necesitábamos más estructura y color. Ahora en bodega tenemos la fruta de la garnacha, la boca y sutileza del tempranillo y la estructura de la maturana. Es un aporte que hace crecer el vino y que a nivel comercial nos ha abierto muchas puertas. El Nada Que Ver nos dio a conocer porque fuimos de los primeros en lanzarnos. Cuando salió dio mucho que hablar por rompedor e innovador, nos aportó prestigio y una imagen de marca moderna e inquieta”.

Abrimos una botella para comprobar la teoría y vemos que se corresponde con la práctica. Nada que ver con lo que estamos acostumbrados, nunca mejor dicho. “Es un vino de flechazo”, concluye Pilar, “o lo apartas o te vuelve loca por su gran personalidad”. Pues ahí va mi consejo, pruébenlo sin dudar amables lectores, no quedarán indiferentes…

 

[aesop_gallery id=”76491″ revealfx=”off” overlay_revealfx=”off”]

Subir