La Rioja

La roca, el agua y el hombre. Las huellas en las pozas del Jubera

En un tierra cuyo nombre bebe de siete ríos con sus siete valles, el paisaje se dibuja a partir de la batalla constante entre la piedra y el agua. A través del impacto o de la tenue erosión, el combate entre elementos se traduce en estampas como la que guarda Jubera en el entorno de sus pozas.

En esta etapa que te proponemos en la serie ‘Paraísos naturales de La Rioja’ nos lleva precisamente a este entorno. Su dificultad es mínima y un resbalón con la gravilla es todo cuanto debemos temer para disfrutar del entorno.

Aparcando el vehículo en las calles de Jubera, nos desplazaremos hasta el gran puente que da acceso al municipio para, desde ahí, asomarnos al estrecho sendero que desciende a las pozas.

 

Pero antes de bajar, y tomando las oportunas medidas de seguridad, conviene asomarse a lado y lado del puente para contemplar la variedad de paisajes que esconde este rinconcito de La Rioja.

Oteando río abajo, el valle estalla en mil tonalidades de verde que a estas alturas del año ya empieza casi a sonrojarse. Río arriba el panorama es bien diferente. La roca se afana en contener al Jubera, que lleva miles de años venciendo su particular batalla.

Tal vez por ello, airada, la piedra muestra toda su fuerza en decenas de capas estratificadas espectaculares por su singularidad. Los flysch, tan célebres en Zumaia que han llegado a inspirar uno de los reinos de Juego de Tronos, también dejan su huella en La Rioja en el entorno del Jubera.

Fenómenos geológicos como este son la esencia de lo efímero de la presencia humana sobre la Tierra, por más que nuestra especie se empeñe en dejar grabada su huella sobre el paisaje.

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El puente sobre el río es un buen ejemplo de cómo el ingenio permite salvar los obstáculos que plantea la naturaleza. Pero en Jubera, además, sobreviven los vestigios de una relación aún más intensa entre el hombre y el paisaje: la minería.

Durante una década, entre 1947 y 1958, esta localidad encontró el progreso arrancando el plomo oculto en las rocas de los ‘Túneles de los Moros’. Hoy apenas queda de aquello el testimonio oral de los mayores del lugar, un gran orificio horadado sobre la montaña y las ruinas de las viviendas erigidas en la boca mina y en la zona del Peñueco.

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Así, pues, el hombre se ha interpuesto en la batalla eterna entre el agua y la roca, con una huella más pronunciada pero, a la vez, más efímera sobre el paisaje.

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