El Rioja

Bodegas Ontañón y su veneración por el vino

Como si fuera el mismísimo Santo Sacramento, en la familia Ontañón el vino se venera. Sin despegarse ni un segundo de lo esencial, en su propuesta enoturística, mitología, arte y vino se dan la mano en un encuentro con los dioses a través de una experiencia sensorial que resulta imprescindible para conocerse a uno mismo y propicia un viaje al interior para despegar, desde allí, a un mundo lleno de matices, olores, texturas y sabores.

No es nuevo para ellos. Gabriel y Mari Luz llevan casi medio siglo abriendo su casa como símbolo de ofrenda para dar a conocer el cordón umbilical que les une con una tierra en la que se inventa la alegría con cada vendimia. Antes en Quel, donde están sus orígenes, y ahora también en Logroño, donde muestran su templo al resto del mundo. Una unión con el entorno más cercano con la que amamantaron a sus hijos y que se oficia cada fin de semana en una bodega en la que rebosa el significado de la palabra familia y de la palabra amistad.

Un lugar tocado por la mano del artista riojano Miguel Ángel Sáinz y a la vera de Varea, uno de los yacimientos más importantes de la cultura romana en La Rioja, pareciese como si el imponente edificio hubiese estado esperándolos toda una vida para convertirse en una metáfora perfecta de la importancia que el vino ha tenido y tiene en esta región. Frescos, esculturas mitológicas, carboncillos, vidrieras, reflejos que se van transformando a cada paso y se van sucediendo en una travesía que recorre salas de barricas, capillas de depósitos y altares mágicos.

Allí donde descansan sus creaciones al cobijo de seres mitológicos, la familia Pérez Cuevas sueña y lo hace siempre a través de un hilo conductor que no es otro que hacer disfrutar al visitante de experiencias nunca vividas. En un laberinto de pasión se abren las puertas de lugares sagrados que recuerdan a aquellas grandes catedrales que muestran su esencia desde suelo a cielo y en las que en cada rincón hay algo nuevo que descubrir. Vidrieras, reflejos, cálidas maderas y frescos muros son el paisaje de una visita completamente diferente que cambia con el paso de las estaciones y alejada de las habituales enseñanzas sobre la elaboración del vino. Porque ofrecen eso y mucho más, su visita es un viaje por la historia de la familia pero también de una cultura arraigada por los siglos de los siglos. Un recorrido que permite conocerse un poquito mejor y que logra que el visitante, conozca o no en profundidad el mundo de la viticultura, lo ame desde el primer momento.

Un recorrido en el que la diversión es parte sustancial de una experiencia con un viaje iniciático por el mundo de lo primigenio y donde los sentidos son guías y el vino, el oráculo que revela los misterios del alma. Como buceadores en las aguas del conocimiento, cada sorbo es un descenso a las profundidades del ser, donde el el vino pero también el conocimiento de uno mismo revela verdades ancestrales y pone a cada uno en un lugar privilegiado.

Una visita que se inicia y finaliza en la sacristía del templo donde uno descubre que los sentidos pocas veces nos engañan y que cada espacio está milimétricamente pensado para hacer despertar los sentidos con sus creaciones. Chocolates, cítricos, peras, manzanas, tostados, frutas rojas, cafés danzan alrededor de la copa y permiten descubrir al visitante que los vinos no sólo se disfrutan con el paladar.

Conocerse uno mismo para conocer lo que se nos presenta alrededor en un encuentro turístico indescriptible que demuestra la pasión y la implicación de todos los que componen la familia de bodegas Ontañón que se han convertido en artesanos de vino pero también de experiencias únicas.

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