La Rioja

«Hay refugiados de primera categoría y refugiados de segunda»

La riojana Teresa Lapresa trabaja en un centro de Bolzano (Italia), donde viven los refugiados hasta que consiguen su documentación oficial para residir legalmente en Europa

Teresa Lapresa es una periodista logroñesa que lleva siete meses ayudando a los refugiados desde Bolzano, una localidad situada en el Tirol del Sur (Italia). Su trabajo no consiste en echarse al mar para participar en labores de rescate, como podemos ver en los telediarios y asemejamos a las tareas del personal extranjero, sino en el siguiente paso que estas personas deben dar en busca de un futuro mejor. «Es un poco complicado de explicar», comienza en su relato, porque se trata de conseguir salvar un muro más complicado que las barreras físicas: el burocrático.

Esta joven riojana se encuentra en un centro de segunda acogida, algo que en España sería similar a los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE), donde los refugiados llegan tras pasar por otro centro en el que entregan sus documentos para hacer su petición de asilo, son registrados (sello de huellas mediante) y pasan unas pruebas médicas en las que se certifica que no tienen ninguna enfermedad de gravedad. «Que son aptos para vivir en la comunidad», aclara Lapresa.

Para cuando llegan ante los ojos de esta logroñesa, los refugiados ya han pasado todas las penurias posibles que regalan las guerras y han sido estafados por las mafias durante su viaje. A partir de ese momento, su pelea es la de conseguir una documentación que les permita vivir en Europa legalmente y adaptarse a su nueva vida: «Deben esperar por lo menos un año para poder explicar su situación ante una comisión o tribunal».

En el centro en el que se encuentra esta riojana hay 130 refugiados (no sólo sirios, también afganos, entre otras nacionalidades), aunque calcula que en la región de Bolzano (medio millón de habitantes) hay cerca de un millar y más de 100.000 en toda Italia. Pese a que dependen administrativamente de lo que en España sería la comunidad autónoma, Cáritas se encarga de la gestión del edificio: «El primer problema que hay es la diferencia de centros porque 20.000 están en estructuras del Gobierno. Hay refugiados de primera y refugiados de segunda. Los que viven en los centros gubernamentales reciben un trato mejor y se puede hacer mucho más trabajo con ellos. Lo bueno sería que hiciera todo el Gobierno, pero no tiene capacidad».

El otro problema es no ser un refugiado. «Los afganos, por ejemplo, tienen protección, pero no los de Bangladesh. No se les da a casi ninguno porque se les considera migrantes económicos. Si te mueres de hambre, no entras en este sistema», comenta, para resaltar que cuando comienza el proceso para solicitar el asilo ya existe un documento temporal que les permite trabajar desde el segundo mes (antes era hasta el sexto).

EL TRABAJO DIARIO

En el centro, más allá de la asesoría en los asuntos burocráticos, los refugiados también reciben clases de idiomas (italiano y alemán) y entran a gestionar la propia casa haciendo las tareas que se necesiten. «La parte más dura del trabajo llega cuando tienen que contar su historia porque es muy dura a nivel psicológico. Muchos de ellos están machacados por todo lo que han vivido y tienen que contarte cómo les han perseguido o matado a su familia», relata la joven periodista.

Abierto las 24 horas del día y con siete trabajadores, Lapresa reconoce que se trata de una labor «muy bonita» y «enriquecedora»: «Se aprende mucho de ellos, aunque es muy duro y frustrante. Es gente que tiene muchísimo potencial, pero es muy difícil integrarlos de nuevo en la sociedad». «La mayoría no tienen familia y viven todo con nosotros: lo bueno y lo malo. Si abrazan a alguien te abrazan a ti y si se enfadan con alguien es contigo. Somos la cara visible de un sistema injusto y se crean vínculos muy fuertes con ellos», añade.

¿Lo mejor? Lo tiene claro. «Los momentos más bonitos son cuando llegan con la respuesta de su petición de asilo positiva. Vivir con ellos ese momento, después de años de dar vueltas de un país para otro y después de las barbaridades que han vivido… se viven muy intensamente. Si te quedas con lo negativo, es muy difícil vivir allí todos los días».

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