La Rioja

Mansilla y Canales: reflejos de un pasado no muy lejano en el Alto Najerilla

 

Aún quedan algunos de esos lugares en los que el tiempo se decide a sestear y planta ante nuestros ojos el reflejo de nuestra fugacidad. El suroeste de La Rioja esconde una de esas ventanas a las que asomarnos y contemplar un pasado no muy lejano que también se supo eterno algún día.

En los confines de las 7 Villas, entre Mansilla y la provincia de Burgos, dormitan dos colosos a los que el paso de los años no ha logrado humillar. La ruta que te proponemos exige que te olvides por unas horas del teléfono móvil y, a ser posible, dejes tu reloj en casa. Recorrerla con prisas no merece la pena, pero eso lo entenderás en cuanto hayas completado sus tres etapas.

 

Nuestra excursión avanza sus primeros pasos desde Mansilla, donde el hombre sacrificó su pasado por un futuro mejor sumergiendo bajo las aguas de la nueva presa la que fuera villa más populosa del Alto Najerilla a principios del siglo pasado. Ahora, el bajo nivel del pantano aflora los muros de la iglesia y el antiguo albergue recordado como ‘El Palacio’, aunque los oriundos de la ‘nueva’ Mansilla vaticinan que a mediados de septiembre todo el pueblo volverá a emerger desde las aguas.

 

“La falta de previsión en la construcción del nuevo poblado (…) cargó de dramatismo la salida de las familias que todavía residían en el pueblo, hoy bajo el agua. En el invierno de 1958 se comenzó a retener el curso de los ríos Najerilla, Gatón y Portilla, de tal forma que en marzo de 1959 el agua había anegado sin remedio los más de cuatro kilómetros de cultivos que distaban desde este punto hasta la base del muro de contención. Era un soleado Domingo de Ramos cuando los camiones abandonaban Mansilla por la antigua carretera que se pierde bajo el agua”.

Junto a la ermita de Santa Catalina, vestigio románico del siglo XII, el observador contempla el reflejo de tiempos pretéritos con el silencio como única banda sonora. Alejado del mundanal ruido, no es difícil que el subconsciente se torne burlón y amague con reproducir los ecos del bullicio de la villa ahora sumergida. El efecto especular del agua se antoja como alegoría del tiempo: suave, sinuoso y embaucador, pero capaz de engullir las huellas más profundas de nuestro paso por la existencia.

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A pocos kilómetros de allí, atravesando Villavelayo, la penúltima escala de esta ruta nos conduce a Canales de la Sierra, donde el último milenio de Historia juega al escondite con el viajero que solo se plantea atravesar el municipio en dirección a la provincia de Burgos.

Desafortunado él, pues la urgencia le impide reparar en la primitiva iglesia de San Andrés. Sus muros de más de ochocientos años de antigüedad vieron cómo el municipio renunciaba a su uso religioso para erigir el primer teatro de La Rioja. Cruzando la puerta el visitante se adentra en el recuerdo del Siglo de Oro y respira la esencia de una corrala en la que bien podrían haberse inspirado Lope de Vega o Calderón de la Barca para dar forma a alguna de sus creaciones.

Canales de la Sierra es una de esas villas que no precisan de guía turístico. Sus vecinos se ofrecen a compartir su historia nada más percatarse de la presencia del forastero e incluso los recién llegados se afanan en descubrir los tesoros que esconde su localidad. Es el caso de Álvaro, que llegó hace tres meses desde Villamediana para regentar uno de esos negocios que no son un albergue, ni una casa de comidas ni un bar, sino un destino obligado para quien requiera cualquiera de esos tres servicios.

En días de calor compensa ascender el medio centenar de escalones que conducen a la iglesia de San Cristóbal y refugiarse a la sombra de su pórtico, apenas raído por la erosión del viento. Este edificio del siglo XII regala al viajero unas inigualables vistas de la sierra, ambientadas por una sinfonía de trinos de cuclillos y los cencerros de las reses que beben la herencia ganadera del Alto Najerilla.

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Volvemos a subirnos al coche para afrontar el último tramo de la excursión, ese que de verdad nos introduce de lleno en la naturaleza. Tras coronar el puerto de El Collado hay que tomar el desvío hacia Huerta de Arriba, a mano izquierda. Tras breves minutos ganándole metros al asfalto encontraremos dos pasos canadienses: uno flanqueado por dos mojones de hormigón, a la izquierda, y otro junto a la linde con la provincia de Burgos. Es este segundo el que debemos tomar, el que yace resguardado por un castaño que anuncia un espectáculo de dimensiones inusuales.

Aparcado el vehículo, basta con avanzar a pie quince minutos por el robledo que nos conducirá a un titán que domina el bosque desde hace más de cien años. Hasta llegar a él son varios los ejemplares que uno imagina competidores del popular Roble de la Laguna, pero cuando se produce el primer contacto visual con su silueta las dudas quedan completamente disipadas.

Sus once metros y medio de diámetro y la cicatriz grabada a fuego por un rayo sobre su tronco dejan constancia de la singularidad de este coloso que resiste a las gélidas temperaturas del invierno y al abrasador calor del estío.

Estamos ante el señor de todos los robles, un centinela a cuya sombra se refugian décadas y décadas de vida e historia. Cualquiera de los troncos talados a su alrededor bien sirve de bancada para sentarse y admirarlo en toda su extensión, como quien se fascina ante un Rembrandt.

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No tengas prisa en emprender el viaje de vuelta. Respira hondo e inhala el aire de eternidad que mana de sus hojas. El trayecto de regreso te volverá a mostrar Canales y Mansilla imperturbables al paso del tiempo, pero su estampa te parecerá quizás ahora distinta. Tal vez se deba sencillamente a que la luz ha cambiado y la óptica se ha vuelto caprichosa.

Eso, o que lo que realmente ha cambiado este viaje sea la forma en la que contemplas ahora a tu alrededor. Quizás con más admiración hacia el pasado y con fascinación hacia la narturaleza. Ya puedes colocarte el reloj y recuperar tu móvil. Pero ahora conoces ese rincón del Alto Najerilla que te recuerda que hay que darle al tiempo la relevancia que tiene. Ni más, ni menos.

 

 

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