Firmas

¿Cambiarías los Sanmateos por la Feria de Abril?

Vengo de una tierra en la que las emociones, las buenas y las malas, se nutren de la exageración. De un lugar en el que tan pronto nos echamos a la calle para celebrar hasta decir basta la más mínima expresión de felicidad como para denunciar lo que entendemos como un agravio.

Hace cinco años puse un pie en Logroño para quedarme por plazo indefinido. Dicen los sociólogos que cuando llevas un lustro en un lugar diferente al que te vio nacer se produce el desarraigo. Que la balanza de la identidad se inclina ya hacia tu localidad de acogida y que la de origen comienza a quedar demasiado lejos, por más tiempo que hayas pasado en ella.

No obstante, siempre queda una toma de tierra en la memoria, una esencia imperturbable al paso del tiempo. En mi caso, esa toma de tierra no es otra que la Semana Santa. Tal vez porque desde la cuna me inocularon el aroma del incienso, pero también porque el universo cofrade me ha brindado demasiadas experiencias como para renegar de él.

En este lustro siempre he encontrado dos tipos de respuestas cuando confieso que me apasiona la Semana Santa. Por un lado, los cofrades tienden a disculparse con cierto pudor por que las procesiones están a años luz de las de Andalucía en cuanto a participantes y espectadores. Por el otro, quienes permanecen ajenos al mundo de las cofradías emplean el sarcasmo para transmitir esa misma disculpa.

Y por mi parte siempre encuentran la misma respuesta. Les digo, porque ese es mi convencimiento, que en lugar de sentir pudor deberían mostrar orgullo. Porque esta Semana Santa no es otra cosa que un legado que se ha ido forjando a lo largo de más de cinco siglos de historia. Puede que aquí el barroco no se retuerza hasta el extremo como en el sur peninsular, pero las cofradías de Logroño guardan un patrimonio que en ocasiones ya querrían las corporaciones de mi tierra.

No bromeo. En Málaga, donde están mis raíces, las quemas de iglesias y conventos de 1931 y 1936 dejaron huérfanas de patrimonio artístico a la totalidad de las cofradías. Todas perdieron, más allá de sus enseres procesionales, lo más valioso que tenían: sus sagrados titulares. Y tocó atravesar el desierto durante una durísima posguerra en la que las hermandades empezaron a construir granito a granito el tesoro que muestran con orgullo año tras año.

Nadie les regaló nada. Lo que son hoy en día lo han forjado desde la nada. Por eso, a menudo me veo en la obligación moral de animar a los logroñeses que sacan el tema a mostrar sin pudor su patrimonio artístico (el Cristo de las Ánimas, por citar solo un ejemplo, es una joya tallada en madera; no lo digo yo, lo dice Juan Miguel González, que algo de esto sabe) y a ser moderadamente chovinistas respecto a sus tradiciones.

Me dijo una vez mi primer jefe una frase que quedó grabada a fuego en mi memoria: “Mira Dani, si no te crees o no entiendes lo que estás escribiendo no se lo va a creer ni lo va a entender ningún lector”. Por eso mismo es tan importante sentir y conocer cada una de las once cofradías de la Semana Santa de Logroño con sus respectivas singularidades, que no son pocas. Que si ha sido declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional no es algo azaroso.

Por ello te animo a empaparte de cada una de las procesiones a partir de este domingo. Acércate a las cofradías y saca pecho por ellas. Sé didáctico con el forastero, desvelándole las claves para comprender y admirar lo que tiene ante sus ojos. Porque quizás la de Logroño sea una Semana Santa muy diferente a todas las demás, pero eso no le resta valor y es TU Semana Santa. ¿O acaso estarías dispuesto a cambiar los sanmateos por la Feria de Abril?

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