Firmas

Luis ha muerto

Las cinco de la mañana. Suena el timbre. No es el lechero, sino el maldito Guasap. “La palmó ayer un tal Luis, que iba de bar en bar por la zona de la calle San Millán con una maleta y una gorra”, reza el comunicado de mi fuente, una de tantas que requieren el anonimato. ¿Quién era Luis?, se preguntará el amable lector. Ni puñetera idea. Un clásico, supongo. ¿Dejará deudos o acreedores? ¿Tendrá quien le llore? ¿Qué ideas bullían debajo de esa gorra?… Si uno fuera más joven y más becario se lanzaría por las calles de la ciudad a perseguir la sombra del finado y tras la pista de su maleta, por si en su contenido fuera como la de Robert Capa. Pero uno ya no frecuenta los bares, ni los de San Millán ni los de ninguna otra zona, porque se está quitando. Y en este punto de su carrera apenas si aspira a que lo fichen como contertulio en lo de Herrera o en lo de Alsina; así que me he propuesto hablar sobre lo que no sé, por si acaso suena la flauta.

Recuerdo de mis tiempos de “flâneur” (esta palabra, “flâneur”, está muy bien vista entre la camarilla de la columna periodística; también es de mucho agrado frecuentar los gimnasios de boxeo, hacerse amigo de Manolo Alcántara o nacer en Pontevedra), recuerdo, digo, a otros clásicos de la ciudad a los que el pobre Luis ya estará haciendo compañía en ese parnaso reservado a los poetas sin obra, en ese olimpo para los diosecillos menores, en ese panteón de los hombres sin lustre.

Me viene a la cabeza Jose el Petetilla, experto en pequeños sablazos y una de las personas con más familia en la historia de la Humanidad: todos éramos sus tíos. “¡Tío, dame una petetilla!”, te asaltaba por las calles. No sé si el fulano estaba loco, pero de tonto no tenía un pelo y controlaba el incremento del IPC: “¡Tío, dame un duro!”, pedía en sus últimos tiempos.

También me viene al magín El Taburete, que encabezaba cuanta manifestación se produjera en nuestra ciudad. Poco importaba que se tratara de la procesión del Corpus o de una huelga del metal: allí estaba, en primera fila, como Chaplin en “Tiempos modernos”. Habitual de Las Gaunas viejas, el tipo tenía bastante mala leche: murió acuchillado en el asilo por otro más cabrón. No sé que habrá sido del chabolo que habitaba en el barrio de La Estrella…

Imborrable es Gallastegui, chiquitín él, que colocaba un puñado de diarios “Nueva Rioja” y una caja de “Farias” a la puerta de Simago para que el público se sirviera y apoquinara, mientras repartía el periódico por las cafeterías del centro de la capital. Nunca nadie le robó ni la prensa ni las perras. O el añorado Teteno, un ser casi mítico que sobrevivió a una bomba en la Gran Vía y que nos dejó severas sentencias morales que aún retruenan en nuestras neuronas: “Para ti los pajaritos fritos, para mí la libertad de los pajaritos”. Tremendo.

Hay más: El Gordito, Tolo, NikoLa Sorda, La Paula… Pero estamos llegando al final del puto folio y, a estas alturas, ya sólo queda desearle a Luis que la tierra le sea leve -y que nos espere muchos años-, echar una firma y pasar por caja a cobrar, aunque sea poco.

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